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Keryma Acevedo: “Las georgianas tenemos un vínculo que nos une y nos caracteriza”

2 de noviembre de 2021

Esta neuropediatra, actual vicepresidenta de la Liga Chilena contra la Epilepsia y profesora universitaria, se ganó un espacio en la historia del colegio al forjar el único triunfo escolar que ostenta el deporte georgiano femenino en el tenis.

Keryma es una profesional multifacética que, gracias al apoyo familiar y a su notable habilidad organizativa, tiene la capacidad de desarrollarse en múltiples planos y actividades.   

Keryma Acevedo (MOG 1987) es una apasionada de su trabajo atendiendo y ayudando a niños, niñas y adolescentes como neuropediatra, a la vez que, como docente, forma a futuros médicos y especialistas. Es vicepresidenta de la Liga Chilena contra la Epilepsia y tiene tres hijas también georgianas, que se declaran decididas en forjarse un destino propio gracias a que en el Saint George han encontrado las herramientas necesarias para desempeñarse en un mundo complejo: liderazgo, criterio, mirada amplia, inclusiva e integradora. “Es el sello de las mujeres formadas en el colegio”, asegura. 

Sobre este punto se explaya: “El sello de mi generación es el sello de la georgiana de siempre: la integración, el abrir caminos, colaborar, traspasar lo aprendido por el bien de todos”. 

“Crecí en un Saint George donde los hombres más que nos doblaban en número, y eso nos hizo ser perseverantes y fuertes, siempre peleando por tener opinión y por ganar ese protagonismo y ese espacio que nos merecíamos. Esos logros, en ningún caso, me hicieron perder de vista otros aspectos que fueron clave en mi vida, como el deseo de formar una familia, verla crecer, todo en balance con la vida profesional. Diría que estoy en un momento súper feliz en mi vida personal”. 

¿Qué es ser una mujer georgiana?

-Una mujer solidaria, decidida, capaz, que no teme jugarse ni teme emitir opinión por aquello que cree correcto. La mujer georgiana está siempre atenta a las necesidades del resto. Es una mujer potente, chora, dispuesta a desarrollarse plenamente en todas las áreas posibles: familiar, maternal y profesional, con una enorme potencia y compromiso para aportar a nuestro país. Me encanta ser georgiana, aun cuando debo reconocer que no es un colegio para todas y todos. 

¿Qué tan importante es contar con el apoyo familiar para que una mujer pueda desarrollarse profesionalmente?

-Es fundamental. Mi propia familia ha sido producto de un proyecto construido de la mano con Rodrigo, mi marido. El apoyo que él me ha brindado me ha permitido completar mis estudios de postgrado. Ha sido, desde la complementariedad, un gran compañero en todo sentido. Hemos recorrido toda nuestra vida como estudiantes, como profesionales; ambos fuimos juntos a especializarnos al extranjero, y en forma colaborativa nos hemos apoyado en nuestros desarrollos profesionales. Y gracias a ese apoyo es que me he podido desarrollar trabajando con niños, acompañando a sus familias, también contribuyendo en la docencia para formar a los futuros médicos, que a su vez van a contribuir mejorando la calidad de vida de los chilenos y chilenas. 

Este apoyo me ha permitido desarrollar de forma muy potente mi vocación social a través de la Liga (Chilena contra la Epilepsia), colaborando con personas que necesitan una mano amiga de acompañamiento, y que transitan por una enfermedad que puede producir un enorme impacto en la familia. 

Mi participación en la Liga me ha permitido contactarme con especialistas de todo el mundo actuando desde una plataforma transversal. ¿Sabes? Las mujeres egresadas del Saint George cada vez tenemos más fuerza y opinión, pero no perdemos la visión de ser completas e integrales. Es bonito crecer en todas las áreas; somos esposas, hijas, mamás, y eso es fundamental. 

Eres médico neuropediatra y vicepresidenta de la Liga Chilena contra la Epilepsia. ¿Cómo encontraste tu vocación y por qué seguiste ese camino?

-Desde que tengo siete años quise estudiar medicina, muy influida por mi papá, que es médico, y por mi mamá, que es enfermera. Mi abuelo fue médico también. Mi cariño por los más chicos me hizo buscar especialidades que me permitieran trabajar con niños y adolescentes, que fue algo que desarrollé mucho en el colegio a través del trabajo en las colonias de verano, y el departamento de básica del Centro de Alumnos. No me imaginaría haciendo otra cosa. 

¿Cuáles consideras que han sido tus mayores logros en lo profesional y en lo personal?

-Creo que mi mayor logro personal es mi familia. Llevo 28 años casada, y tengo tres hijas georgianas: Keryma, Magdalena y Camila, que son un ejemplo de lo que son las mujeres georgianas: siempre con opinión. Claro, en lo profesional me declaro contenta y orgullosa de haber alcanzado todas las metas. Hice especialidades en Pediatría y Neurología Pediátrica, y en especial mi tercer postgrado en Epilepsia, lo hice con mucha comprensión de mi familia, pues ya tenía tres hijas. Gracias a ese apoyo pude continuar mi desarrollo profesional. 

He logrado combinar mi cariño por la docencia, primero en la Universidad de Chile, luego en la Católica, tanto a los alumnos del Pregrado como a los que se están formando en distintas especialidades. Pude colaborar en distintas Sociedades Científicas, trabajar en una Liga cuya actividad impacta en Latinoamérica y el mundo. Así cumplo con lo que me enseñó el colegio: devolver al prójimo y a la comunidad lo que uno tiene. 

Fuiste “Best Georgian” y además una gran tenista en tu época escolar. ¿Cómo lograste la excelencia en ambos mundos?

-¿La verdad? No creo que haya sido una gran tenista, pero era esforzada y empeñosa. Me emociona recordar que empujé en 1987 la creación del equipo femenino para el Campeonato Interescolar de Tenis. Logré armar equipos de mujeres en todas las categorías. Llamé por teléfono a las mamás, conocía a algunas tenistas con las que había entrenado... Además era compañera de curso de Mónica Carvallo, con quien había jugado. Fue la única vez que el colegio salió campeón del Interescolar de Tenis. 

El colegio por entonces no era especialmente apoyador de las actividades femeninas, menos en tenis. De hecho, salimos campeonas pero nunca vimos la copa ni vimos premios. Hace tres años supimos que había una copa gigante con todos nuestros nombres grabados. La fui a ver y me tomé una foto que tengo guardada. 

Debió demandar mucho esfuerzo y tiempo…

-Hubo un momento en la enseñanza media en que tuve que elegir cómo organizar mi tiempo con el Centro de Alumnos, la Pastoral, y además quería estudiar Medicina con todas las dificultades que implica prepararse para eso. Ahí bajé mi participación en el deporte para favorecer estas otras actividades. 

¿Es muy difícil ser exitosa en tantas tareas simultáneas?

-Nunca me creí el cuento de la matea, porque no era estudiosa de estar todo el día con los libros. Me iba bien, era organizada y perseverante. En las caricaturas de georgianos me dibujaron como un pulpo haciendo un montón de cosas. Sigo siendo polifacética. Pero diré algo sobre el éxito: no me interesa ser la jefa ni la mejor de nada o tener una figuración especial, sino que cumplir bien las cosas que me propongo hacer, ser una excelente médico para mis pacientes y tener espacio para mi familia. Para cumplir con mis pacientes y mis alumnos debo ser muy perseverante, organizada y trabajadora. 

Y con esa experiencia, ¿cuál es el espíritu georgiano que te gustaría entregar a las próximas 50 generaciones de mujeres?

-El colegio pone un sello, permite desarrollarte, tener opinión, valorar la diversidad, aprender a ser tolerante, crear espacios de participación que no se ven en otros lugares, y eso allana el camino para lo que viene más adelante. En el colegio aprendí a compartir con nuestros compañeros y eso es bueno porque es parte de la vida diaria. La sociedad es mixta. Lo bueno es que nos relacionábamos no desde la competencia, sino desde la complementariedad. Es curioso, pero hay un vínculo que nos une y nos caracteriza a las mujeres georgianas. 

Con la mirada del 2021, ¿cuál es tu reflexión respecto del espacio que tuvieron las mujeres en el Saint George en los años en que fuiste estudiante?

-Por entonces había una cultura institucional mayor que no daba toda la importancia que se merecía a las mujeres, y eso me tocó verlo cuando ingresaron mis hijas. Uno lo ve cuando se habla de éxitos culturales o deportivos. En ese sentido el colegio ha ido mejorando, es infinitamente mejor y más equilibrado que el que hubo cuando fui alumna. Creo que somos responsables de haber empujado cambios, sin mencionar que hubo un tiempo en que el colegio fue intervenido y se postergó el desarrollo de las mujeres. Esto desde una perspectiva más institucional, porque a nivel de compañeros  siempre me sentí muy valorada, también mis compañeras. De mis tres hijas, dos ya egresaron también del colegio, y el hecho de tener hijas me permite constatar que el colegio de hoy es más bacán que el que le tocó a mi generación. 

¿Eso no le da una significación mayor al legado de tu generación?

-Ciertamente que el espacio actual es resultado de una construcción gradual. Que todavía falta más, es cierto; pero ya dijimos presente en su minuto y las nuevas georgianas van a estar en la primera línea en ese sentido. 

El Cuarto Medio Biológico de Keryma en el Saint George.

¿Qué rol jugó el colegio en construir la mujer que eres hoy?

-Valoro mucho de mi formación escolar esa capacidad de formarme una opinión crítica de la vida. En mi caso pasé los tiempos de la Dictadura en el colegio, y se creó en mí toda una sensibilidad social con las ollas comunes, las protestas, cosas que parecían tan ajenas a nosotros. El colegio me abrió a realidades que no conocía y eso nos dio opinión, y nos permitió traer una mirada realista de lo que pasaba en el mundo. Desde luego que uno miraba las cosas con el romanticismo propio de la juventud, pero entrando a la universidad descubrí que no estábamos tan perdidos, y fue muy marcador en la manera que desarrollé mi vocación, en cómo fui creciendo como profesional. Además, potenciaron mis capacidades de liderazgo, que han sido muy importantes en mi trabajo. 

Keryma (a la derecha del pendón del Saint George) en el desfile de interescolar de 1982.

Si tuvieras que escoger una mujer de la comunidad georgiana que te ha servido como un modelo a seguir o que te ha inspirado, ¿a quién escogerías?

-Uf… ¡Hay muchas! Pero nombraré a dos que conozco: Antonia Urrejola, de la generación del ‘86, quien llegó a la presidencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Es un orgullo para mí haberla conocido, y un orgullo en el Saint George. Verónica Gaete, de la generación del ‘79, médico pediatra y Profesora de la Universidad de Chile, recibió el premio más importante de la Sociedad Chilena de Pediatría, con quien nos conocimos trabajando en una organización de Sociedades Médicas de Chile. Y resulta que tuvimos súper buena sintonía, ¡y luego de mucho tiempo trabajando juntas vine a descubrir que era georgiana! Por eso digo que las georgianas tenemos un vínculo que nos une y nos caracteriza, cierta inteligencia para enfrentar el trabajo en equipo, esa capacidad de organización y liderazgo. Hay muchas georgianas que son iguales. Quizás no tan reconocidas, pero siempre increíbles en cada una de sus trabajos. 

¿Qué tema o foco debería estar en el centro del evento de los 50 años de la llegada de mujeres al colegio? 

-Transmitir los 50 años del colegio es transmitir o relatar la historia de la mujer en el mundo. Es construir desde cero. Es, en nuestro caso, la historia de una minoría que llegó a un colegio de hombres donde nos fuimos ganando nuestros espacios, y en el que ya es necesario el cuoteo. Somos pares, somos iguales, somos complementarios, y aquí estamos. Si los primeros 50 años fueron para ganarnos ese espacio, los siguientes 50 que sean para cambiar el mundo con sello georgiano, directo a lo difícil.