Andrea es una tejedora de experiencias. Apasionada por la relación de las personas con la naturaleza a través de su cultura, Andrea partió a recorrer el mundo a los 21 años empujada por su amor por el diseño textil. Acá nos cuenta de sus aprendizajes y nos inspira y anima a relacionarnos con nuestro entorno de la manera más armónica posible.
A Andrea la mirada desde el diseño le ha permitido ir construyendo una mirada del mundo que hoy se materializa en su casa en Puelo: Casa Micelio, su hogar, donde recibe a personas de Chile y el mundo, está inspirado en la red más grande y más antigua que hay sobre la faz de la tierra, que es la red que tejen los hongos y que hoy comunica y conecta a todos los organismos vivos.
Desde ese lugar en el sur profundo de Chile, Andrea nos habla de sus experiencias y aprendizajes sobre la vida en comunidad, de las redes de apoyo de la Medicina Natural y de cómo buscar armonía con lo que nos rodea.
Es difícil definirte o definir lo que haces. ¿Cómo te describirías?
Lo que marca un poco mi forma de vivir fue que me crié en una familia súper especial. Vengo de una pequeña tribu donde somos ocho hermanas, donde nos cuidábamos y ayudábamos mutuamente, compartiendo todo lo que teníamos.
Además era una familia muy viajera, donde nos demostraban el cariño y la educación a través del movimiento, de los viajes, de las experiencias. Nos sacaban de clases y nos llevaban a, no sé, a vivir a India en vez de ir al colegio o a navegar por alta mar. Y con abuelos también muy excéntricos. Y eso también influyó en mi forma de ser.
Cuando alguien me pregunta quién soy, siempre digo que tengo varias raíces: mi carta astral, mi familia, mi educación y mis propias experiencias. Creo que la combinación de todo esto es lo que me hace ser quien soy, y es algo que nunca para de evolucionar y cambiar.
¿Cómo fue tu vida en movimiento y convivir con distintas culturas? ¿Para ti eran viajes o te considerabas una nómade?
Durante 15 años viví como nómada al 100%. Creé Gypsea Life, una marca y un estilo de vida que me permitía vivir como yo quería, donde también comercializaba y diseñaba. Un concepto donde la Andrea diseñadora viaja, se alimenta, piensa, consume, se cuestiona, decide, se relaciona y donde se trabaja conscientemente. La consecuencia de este estilo de vida es importante para mí y se refleja en todo lo que produzco, desde el costo de los productos hasta la comunidad a la que los vendo y el estilo de vida que prioricé. Una Vida Lenta, Slow Life -Slow Fashion.
Cuando viajaba a lugares nuevos, buscaba inspiración en la gente local, especialmente en aquellos con contextos étnicos diferentes al mío. Yo los observaba fascinada, embobada, de estas personas delicadas, humildes y elegantes en su contexto étnico. Yo estaba muy sorprendida y ellos muy sorprendidos con esta mujer occidental callada, observándolos, para que me enseñaran también y para que estuvieran abiertos a recibir mis cambios en los diseños. No todos los aceptaban, pero siempre estuvieron muy abiertos y también me pedían, como "oye, ¿podemos vender tu diseño?". Y para mí era como obvio, al final eres tú el creador.
El producto siempre fue la excusa para poder seguir viajando, pero allí se creaban estos lazos y por lo menos volvía cada seis meses al mismo lugar donde ya tenía contacto, donde había familia. Y la producción la hacía ahí mismo, con la comunidad. No es que trajera los diseños, armara algo acá y lo vendiera, sino que trabajaba con ellos. Había un dar y recibir. Me sentaba a almorzar con ellos, a cocinar, a cuidar la guagua mientras la mujer salía y a probar su medicina.
Siempre trabajé con pequeños emprendedores de Asia y América. En países étnicos y ancestrales como India,Indonesia, México, Perú , Guatemala entre otros , donde pude convivir con la gente local, aprender de sus tradiciones y costumbres, hacer tejidos y experimentar con diferentes técnicas de producción y de vidas.
A través de estas vivencias, he podido aprender de sus cocinas, medicinas, creencias y perspectivas de vida. Tomé lo que más me resonó y lo mezclé con mi propia experiencia y conocimiento. He aprendido a valorar la diversidad cultural y a no casarme con ninguna creencia en particular, sino a tomar lo mejor de cada una y ponerla en práctica en mis procesos de vida.
¿Cómo relaciones tu experiencia viajando y en comunidades con lo vivido en el Saint George?
El Saint George era un mundo muy diverso, abierto a todo tipo de personas. La diversidad era aceptada y, cuando eso ocurre, logramos crear una comunidad sana, que integra todas las aristas, escucha y sabe aceptar sin juzgar, sacando lo mejor que cada uno tiene.
En la vida una se va encontrando con personas y, en mi camino al menos, muchas han sido del Saint George. Ha sido muy bonito ver cómo se arman clanes y pequeñas tribus dentro de esta comunidad del colegio y cómo después seguimos todos unidos y nos vamos apoyando.
Para mí el colegio fue super importante. Mis recuerdos de chica son de la libertad que tuve y de la mezcolanza en lo social, politico y de las variadas visiones de mundo que nos permitían elegir por dónde ramificarnos. En mi caso me costaba el colegio y cumplir horarios, pero encontré mi ramificación en el tema del deporte y el arte. Esa fue mi comunidad, donde me aceptaban tal como yo era y me potenciaban mientras obviamente lidiaba con todo lo demás, la física, química, matemática… Donde me apoyaron en lo que mejor hacía para que siguiera siendo mejor y me apoyaron en lo que me costaba para que pudiera seguir avanzando.
¿Qué aprendizaje te quedó respecto de la importancia de la vida comunitaria?
Es interesante, porque creo que caí bien parada en las comunidades debido a que ya venía con un código de comunidad. Por ejemplo, cuando voy a comer a la casa de alguien, cuando soy invitada, llevo siempre algo como una ofrenda. En mi casa eso era ley: no llegas a un cumpleaños o a una comida sin un regalo al lugar. Si entras al lugar del otro, te acomodas al otro. Como sacarte los zapatos. ¿Por qué uno se saca los zapatos? Porque ya no es tu territorio. De repente me he dado cuenta con mis terapias que me he adaptado demasiado y he sido muy sobre empática, pero creo que la entrada a estas comunidades me resultó fácil debido a mi conocimiento de este código de humildad.
Y más allá de los códigos logísticos de una tribu, aprendí a estar en un lugar donde se puede ser más vulnerable. Un lugar de conversación, no de discusión. Un lugar donde no se juzga mucho y si se juzga, se hace con cuidado. Donde, por ejemplo, la abuela es una imagen de sabiduría y en Chile, los viejitos no son muy respetados ni escuchados. Lugares donde se agradece todos los días, donde se hacen ofrendas en la mañana en vez de solo levantarse los domingos para pedir a Dios. Estos pequeños rituales me mostraron un poco más de humildad y un sentido más comunitario.
¿Cómo integraste este aprendizaje a la experiencia de Casa Micelio? ¿Cómo es visitarte?
Casa Micelio es un proyecto que surge a partir de la necesidad de encontrar un lugar donde se pueda encontrar cobijo, contención, descanso y en algunos casos Terapias. Se trata de un espacio sencillo y cómodo donde abro las puertas de mi casa para conversar, compartir,comer sano y escucharse.
Siempre en Chile se vende el turismo como: ven a escalar, ven a correr, ven a hacer trekking, ven a esto, ven a lo otro… Entonces yo te invito a sentarte a mi living, vamos a conversar, vamos a comer rico, vamos a ser conscientes de lo que comemos y pensamos.Yo estoy en mi casa, entonces están todas mis cosas, libros, y eso genera conversaciones. Es invitar a gente que no conozco. Lo mismo que yo hice en mi vida, donde me metí a casas de familias que no me conocían y a mí me funcionó.
¿Y por qué el nombre: “Casa Micelio”?
El micelio son las conexiones que están debajo de los árboles, es como una red de conexiones neuronales que se extiende por debajo de la tierra. Esta red es creada por los hongos y conecta todo lo que hay debajo del suelo, desde las raíces de los árboles hasta los honguitos, las flores y los pajaritos. Si uno está mal, la señal le cae a todos, y eso es lo que hace que esta red sea tan importante, porque ayuda a que todos se ayuden mutuamente.
En mi casa ofrezco un espacio donde las personas pueden conversar, encontrar contención y descansar. Ofrezco mi experiencia y empatía, y creo que eso es lo que las personas necesitan. Comparto lo que he aprendido a lo largo de mi vida, incluyendo mis penas y rabias. Aunque es difícil, sé que si uno lo vive, al final uno sale adelante. Para mí, Casa Micelio es una forma de devolver la mano y ayudar a otros que necesitan un lugar donde sentirse escuchados y acompañados. Y si quieren experimentar y experienciar la medicina del reino Fungi.
¿Y tienes viajes planeados? ¿O vas a quedarte aquí tranquila en Chile un rato?
Llevo un año sin moverme, porque me construí la casa y estoy armando este proyecto. Me cuesta el Futuro pero seguro algo nuevo vendrá.
¿Y la pandemia donde te pilló?
Volví de Indonesia el 18 de octubre de 2019, mi mamá me fue a buscar al aeropuerto, pasaban bombas y yo no entendía nada. Decidí que lo mejor era alejarme y hablé con mis papás para que me prestaran una casa que tenían en la montaña en un lago, aquí en la Patagonia. La casa está aislada: no hay señal, no hay luz, no hay nada, pero encontré todo. Y ahí pasan los meses. Yo no tenía señal de celular, tenía handy, y me avisan que había un virus en el mundo (pandemia), así que decidí quedarme en la montaña sola. Me despertaba con el sol, me acostaba con el sol. ¿Quería comer? Tenía que salir a pescar, cortar leña. Empecé a alimentarme con lo que había y había una familia en el lago que estaba como a dos horas y hacíamos trueque, por así decirlo. De repente me daban verdura, pero te empiezas a acomodar a lo que hay. La temporada de hongos llegó y había muchos hongos comestibles entonces empecé a investigar, a cocinarlos, a comer pescado. Llegó la época de jabalí y el vecino cazaba y yo le compraba o hacíamos trueque. Había manzanos en el monte del lado y te las arreglas. Tienes todo el día también para arreglártelas.
Entonces bueno, ahí estuve dos años y en esos dos años cuando bajaba de repente a la ciudad, que habrán sido dos veces, vi este terreno, donde hoy está mi casa, y me lo compré.
Siempre quise ver qué pasaba si yo estaba sola. ¿Me caeré bien? Y me caí súper bien.